martes, 17 de mayo de 2016

La consulta lexicográfica del siglo XXI.

   

     Hasta el nacimiento del libro electrónico, de las tabletas o los móviles, el amor a la lectura podía identificarse con el amor a los libros.  Todavía hoy, muchos adolescentes amantes de la lectura prefieren comprarse el libro en papel, acariciar entre sus manos la cubierta, pasar las páginas sintiendo la textura de sus hojas y oler el papel, compañero incansable de la cultura humana desde hace siglos.
 
     El encanto de los libros aún no sucumbe ante la electrónica, a pesar de que tengamos que coger un diccionario para buscar las palabras que no entendemos en lugar de pulsar en nuestro dispositivo y leer la traducción o la definición de lo que necesitamos con un simple toque de dedo. Aunque podamos subrayar lo que nos interesa sin llevar un lápiz encima u otear las frases más subrayadas por otros lectores, todavía seguimos comprando libros que ocupan sitio en casa, que se llenan de polvo, que viven con nosotros como mascotas eternas y nos acompañan de casa en casa en cada traslado.
 
     Pero en el caso de los diccionarios, el hecho de poder buscar directamente la palabra que necesitamos, liberándonos del peso del tomo, parece una ventaja irrefutable. Incluso la RAE comienza a pensar así, pues, con su deseo siempre encomiable de facilitar la tarea de búsqueda, de difundir el conocimiento pasado y presente y de acercar el léxico del español del modo más accesible,   ha ido incluyendo en todas sus obras ventanas de búsqueda y eliminando la versión escaneada página a página de la obra completa, que presentaban las obras más antiguas.

     Recuerdo con extrema emoción la rapidez de consulta que supuso tener acceso desde casa, desde tu ordenador a tan cuantiosa y valiosa información. La consulta desde el lema llegó con el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua española que se podía adquirir en un DVD y que aún hoy, de acceso libre en la web de la RAE, es de obligada referencia en cualquier investigación lexicográfica que se precie.

     Pero en este caso no quiero ni puedo estar de acuerdo con el acceso exclusivo por búsqueda que la RAE ofrece, por ejemplo, en el Diccionario de la lengua española. Si bien es cierto que con este acceso responde a la definición exacta de la función que debe cumplir un diccionario semasiológico, sin embargo, olvida que el verdadero potencial de la consulta electrónica radica en su capacidad de dar acceso a grandes cantidades de información con conexiones que resultarían imposibles desde el papel. Este hecho viene avalado por la propia Academia en cuanto que incluye, por ejemplo,  acceso a la conjugación verbal  o las opciones de "empieza por", "termina por", "anagrama", "contiene" o "aleatoria" en el Diccionario de la lengua española; o la visualización de los lemas en el Diccionario panhispánico de dudas; o las familias léxicas, aún en construcción, en el Nuevo Diccionario histórico del español.

     Por todo lo dicho, es necesario que la Academia dirija sus esfuerzos a dar una visión innovadora de la información contenida en el Diccionario de la Lengua española, pues es una herramienta de trabajo docente, de aprendizaje estudiantil y de reflexión lingüística de valor incalculable. La simple posibilidad de poder acceder a las páginas escaneadas que permitan la lectura lineal del diccionario o la consulta alfabética es ya un gran avance, pues no todo lo pasado es necesariamente peor que todo lo futuro y no todo lo futuro debe estar reñido con lo tradicional. Todos hemos aprendido el alfabeto con el diccionario, todos hemos oteado otras palabras en busca de la que no sabíamos y nos hemos detenido a leer, casi sin querer, las aledañas a la que buscábamos. Incluso algunos hemos leído con avidez los diccionarios, como si de novelas se tratasen, y no deseamos que el avance electrónico suponga un retroceso en el modo de acceder a la riqueza del diccionario.

     Y aún iríamos más allá en nuestros deseos, pues al igual que se incluyen las conjugaciones verbales, deberían establecerse mayores lazos con la Gramática. El diccionario del siglo XXI no debería incluir solo las voces de siglo XXI, sino un nuevo modo de organización de los lemas, adaptado a la capacidad de los dispositivos, que permita la consulta tradicional y una amplísima gama de posibilidades de relación entre las palabras que conforman nuestra lengua, pues el diccionario es o puede llegar a ser la más potente de las herramientas de aprendizaje a lo largo de la vida.